viernes, 27 de marzo de 2009

2.

Lo que no se dice. Lo que no se ve. Lo que en cada uno de nosotros vive, sin ver la luz. Lo que guardamos bajo siete llaves, solo para nosotros, queremos conservarlo siempre. Lo más que se pueda. Jugar con la idea que poseemos algo único e inédito, en este mundo desnudo, a la vista de todos. Liberarlo sería su fin. Perdería la magia. Y nos dejaría solos. Sin poder. Vacíos.
Pero no existen eternos. No dejamos que lo sean. Tarde o temprano, abrimos su jaula y los dejamos ir. Ante cualquier cielo los enfrentamos. Y si nos encontramos acorralados, sin respeto. Así somos, asesinos por naturaleza. Impíos. Y perversos. Porque ni a los secretos dejamos vivir en paz.

miércoles, 25 de marzo de 2009

Aquello que tantas veces en vela

El hombre del gran velero azul hoy se viste de blanco.
El giro de su suerte hoy le dió en sí.
Y aquello que tantas veces en vela soñó sentir, hoy está al tacto.
Y al tocarlo, aquello que tantas veces en vela soñó, despareció.
La constante sensación de falta, después nos hace falta. Que paradoja.
El hombre del gran velero azul hoy no se ha vestido.
Desnudo, no cree más en la suerte.
Ahora ama sentir el viento en su ser. Nada más.

martes, 24 de marzo de 2009

1.

Si cierro los ojos, me doy vuelta.
Si abro la boca, exploto.
Es tarde y los dos estamos en pleno desastre.
La inmensidad de nuestros deseos, ya satisfecha, descansa y nos deja en silencio.
Mundos, individuales y mudos. Nudos en la garganta.
El culto en mis oídos, y tu sombra en mi pared. Que lindo secreto.
La clave está segura, los códigos también.
Y el paraíso promete larga estación. Verano eterno.
Quisiera ya estar solo y tenerte en mi pasado. Inmediato.
Las cosas pasan rápido, al menos las que importan. Y sueño bien despierto.
Porque, si cierro los ojos me doy vuelta.
Y si abro la boca, exploto. En mil pedazos.
Es tarde, y los dos ya estamos solos.

lunes, 23 de marzo de 2009

Rojo y Dorado

Y sin comerla ni beberla estábamos escondidos, perseguidos y amenazados de muerte.
No recuerdo el piso, no recuerdo el Hotel. No recuerdo ni siquiera el lugar del mundo en el que estábamos. Sólo que estaba alfombrado el piso y las paredes. Rojo y Dorado. Alfombras con dibujos árabes, o algo así. Para mí eran árabes. Hacía calor, pues estábamos de remera. También podría ser la calefacción prendida. Confusión. Todo era confuso.
Bañados en sudor frío, corríamos con una ventaja. Ellos no sabían de mi existencia, y menos aún, que ella no estaba sola. Ellos la querían a ella, querían matarla de inmediato. Yo la amaba.
Comenzamos a bajar por la escalera de servicio, sin cruzarnos con nadie. Llegamos al subsuelo, al depósito del Hotel. Botellas vacías. Envases sucios. Una puerta sin candado. Seguramente por ahí entraban y salían las botellas. Y salimos nosotros dos.
Ella libre, yo vengativo. Definitivamente era verano.
- Andá a la Embajada. Yo ya voy.
- No te vayas, ya estamos a salvo, te amo.
- No me voy, ya vengo. Necesito la cámara.

Entrada principal del Hotel, ellos por todos lados. Armados, musculosos, brillantes.
Lobby del Hotel, ellos por todos lados. Seguros, ordenados, atentos.
Rojo y Dorado en los pisos del lobby. Y en el ascensor. Las mucamas estaban limpiando la habitación, y ellos me vieron entrar. Estaba condenado. Corrí con el alma, pero en los sueños uno nunca tiene fuerza.
Desperté sin saber si fui víctima de sus balazos. Pero tranquilo. Ella se había salvado, yo la había salvado.