lunes, 23 de marzo de 2009

Rojo y Dorado

Y sin comerla ni beberla estábamos escondidos, perseguidos y amenazados de muerte.
No recuerdo el piso, no recuerdo el Hotel. No recuerdo ni siquiera el lugar del mundo en el que estábamos. Sólo que estaba alfombrado el piso y las paredes. Rojo y Dorado. Alfombras con dibujos árabes, o algo así. Para mí eran árabes. Hacía calor, pues estábamos de remera. También podría ser la calefacción prendida. Confusión. Todo era confuso.
Bañados en sudor frío, corríamos con una ventaja. Ellos no sabían de mi existencia, y menos aún, que ella no estaba sola. Ellos la querían a ella, querían matarla de inmediato. Yo la amaba.
Comenzamos a bajar por la escalera de servicio, sin cruzarnos con nadie. Llegamos al subsuelo, al depósito del Hotel. Botellas vacías. Envases sucios. Una puerta sin candado. Seguramente por ahí entraban y salían las botellas. Y salimos nosotros dos.
Ella libre, yo vengativo. Definitivamente era verano.
- Andá a la Embajada. Yo ya voy.
- No te vayas, ya estamos a salvo, te amo.
- No me voy, ya vengo. Necesito la cámara.

Entrada principal del Hotel, ellos por todos lados. Armados, musculosos, brillantes.
Lobby del Hotel, ellos por todos lados. Seguros, ordenados, atentos.
Rojo y Dorado en los pisos del lobby. Y en el ascensor. Las mucamas estaban limpiando la habitación, y ellos me vieron entrar. Estaba condenado. Corrí con el alma, pero en los sueños uno nunca tiene fuerza.
Desperté sin saber si fui víctima de sus balazos. Pero tranquilo. Ella se había salvado, yo la había salvado.

No hay comentarios: