jueves, 30 de julio de 2009

Capítulo VI: La vecinita de la Sala

No había nada en la televisión. Nada que a ella le gustara al menos. Los programas destinados a su "target" no son de su preferencia. Libros no toca, no es de la generación de los libros, si es que existe eso. Pero particularmente, a ella no le gusta leer. Chusmea revistas, pero no pasa del copete de la foto o de la nota.

Ella estaba aburrida en su habitación. Daba vueltas en su cama sin saber qué hacer. En su casa no tiene computadora, así que de Internet ni hablar. De coquetear por su webcam con algún pendejo, menos. Y eso que es lo que más quiere, coquetear. Quiere que la miren, que la deseen. Sabe que está buena, que no aparenta sus dieciséis añitos. Tiene buen lomo, es igual a su mamá de piba. Buenas tetas y culo durito.

Pero es una especie de esclava en su habitación. Ojo, se lo ganó en buena ley. Su madre fue la que le quitó primero Internet, y luego la computadora. Por sus interminables coqueteos con cualquiera. Su madre fue la que le prohibió los fines de semana. Y los anocheceres a la salida del colegio por sus rateadas con cualquiera. Y no es que su madre fuera una hija de puta. Todo lo contrario, una mujer laburadora, madre soltera y bien centrada. Una muy linda mujer, que se mantiene muy bien. Y sabe de coqueteos. Pero no quiere que su hija se convierta en una puta, también.
Pero cuando te dicen que no mires para abajo, mirás. Cuando te prohiben una manzana, la comés. Y ella es la madre de todas las Evas. Y odia a la suya. Todavía no entiende que ella la quiere cuidar. Todavía no sabe que su madre trabaja de puta.

Mientras remoloneaba y amagaba con tocarse mirando un poster de Johnny Depp, escuchó gritos. Provenían de la Sala. No tardó en ponerse frente a su ventana a ver todo lo que pasaba. De pronto, tenía frente a sus ojos un programa de acción en vivo y en directo. El dueño del departamento discutiendo con los chicos de la Banda.
Y a ella le gustaban los chicos de la Banda. Siempre se sentaba a verlos. Le gustan los músicos. Le gusta la gente a la cual su madre pueda llegar a odiar. Esos son los que más le gustan. Y estos chicos eran odiables por cualquier madre. Rockeros, vestidos con cuero y ropa destrozada. Pelilargos, tatuados, consumidores de drogas, y amantes de las fiestas. Chicos con vida al límite, sin presiones maternales. Sin padres directamente. Sin nadie. Gigantes.

Cuando logró concluir que eso se trataba de un desalojo, comprendió que probablemente no volvería a ver a los chicos de la Banda nunca más. No volvería a tener mas una chance de escaparse con alguno. Que alguien le sirva de pasaporte a la libertad. Y se desesperó. Su pecho comenzó a aplastarse, se estaba asfixiando. No sabía que hacer. Intentó pasar por entre las rejas de su habitación pero no cabía. Quería irse. Por dentro sentía que si no se iba con ellos, no se iba jamás.

La discusión mermó, y el silencio se apoderó de la escena. Ella mas tranquila, y sigilosa, esperó que alguno se asomara al patio delantero de la Sala, ese que da justo a su pieza. Ya había concluido que al primero que vea le iba a chistar. Para que la vea. Para que la escuche. Para que se la lleve.

Pasaron unos cuantos minutos, hasta que alguien finalmente salió. Era Portei. Había salido a tomar un poco de aire, a calmarse por la situación que estaba viviendo, que de por sí era muy tensa. Y no quería estallar ahí. No era conveniente, y había prometido y hecho prometer silencio estampa. Ella chistó, pero Portei no la escuchó. Chistó mas fuerte. Chistó otra vez. Y se hizo escuchar. Portei levantó su mirada y ahí estaba ella. Apostada sobre las rejas de su ventana, apretándose a mas no poder. Intentando traspasar la materia. Y resaltando sus curvas, sus tetas. Portei no lo podía creer, nunca había visto a semejante vecinita! Y recién ahora que se está yendo la ve por vez primera. Una leche terrible.

Ella lo saludaba vivazmente, moviendo sus brazos. Le rebotaba todo, si existiese la vista con cámara lenta hubiese sido para morirse ahí mismo. Portei respondió el saludo y preguntó si estaba todo bien. Ella lo invitó a subir. Le dijo que lo conocía, que siempre lo veía, pero que nunca se había animado a hablarle. Que le encantaba la música que escuchaba salir de la sala. Le preguntó si se estaban mudando. Portei le contestó que sí. Ella lo volvió a invitar a subir. Le dijo que quería verlo de cerca, que quería saludarlo ya que se mudaba. Portei accedió al pedido, y se dirigió hacia el pasillo que conducía al departamento de ella.

Por suerte, su madre estaba bañándose, así que la niña traviesa aprovechó el momento para abrirle la puerta a Portei, hacerlo pasar y llevarlo directamente a su pieza. El plan había salido a la perfección. Ya tenía a un músico en su poder para poder escapar. Ahora faltaba saber cómo.

Al entrar a la habitación, Portei se sentó en su cama y comenzó a observar la decoración. Ella en cambio, comenzó a observar cada detalle de él. Tanto tiempo encerrada y sin emociones, que su corazón se salía de su cuerpo. Le temblaban las piernas, se mojó toda. En el preciso instante en que Portei atinó a iniciar una conversación amena y cordial, buscando saber que pasaba con esta mujercita del demonio, ella se abalanzó sobre su figura y comenzó a besarlo. A decirle cosas al oído. A pedirle que se la coja. Portei no entendía nada de lo que estaba pasando, en un abrir y cerrar de ojos pasó de tensión a erección. Y la pendeja olía bárbaro. Y él no volvería más a la Sala. Y la pendeja le pedía que la desnude, que la toque, que le bese la concha. Y el quería. Él quería cojerse a la pendeja como loco.

miércoles, 8 de julio de 2009

Capítulo V: El desalojo

El humo denso en la habitación comenzaba a disiparse, no quedaba más vino, ni mucho más que decir, así que Mateo iba a emprender la vuelta hacia su casa, cansado, muy loco y algo ebrio. Portei se había ofrecido a alcanzarlo anteriormente, pero al ver que estaba peor que él, Mateo decidió caminar. Además, eso lo rescataría un toque.

Aún tirados en los puf, mientras juntaban el suficiente valor para erguirse, sonó el teléfono. Era Nino. Excitado como cuando se vive una experiencia real de la vida, narró a Portei los sucesos ocurridos en la Sala hacía unos minutos.
El rostro de Portei se transformó. El aliento comenzó a intensificarse, los ojos a abrirse, las manos a transpirar. Mateo miraba atento, ya no necesitaría del aire fresco para rescatarse, esto sería el baldazo de agua fría de su vida. Portei cortó repentinamente la conversación. Colgó el teléfono. El desalojo era un hecho, y en condiciones no deseadas. Había que actuar.
La velocidad era la única premisa, no había tiempo que perder. El Flaco ya estaba listo y esperando, se necesitaba de alguien más para el operativo. Y las calles milagrosamente estaban vacías, y la noche tranquila. Al menos la noche tenía paz.

Pacto de silencio entre los tres.

- Debemos huir y salir ilesos, vociferó Portei.
- Dale con seguridad, contestaron el Flaco y Mateo.

Siempre necesita de un grito de guerra que le de valor, y le acomode el espíritu. Además de la de impartir valor a los demás. A veces no es necesario y le trae problemas, pero esta vez era válido.

El flaco hizo lo suyo, y abrió el paso. Entraron, el aire se cortaba con cuchillo. En silencio, respetando el pacto, ingresaron a la sala. Hormigas obreras, implacables, en menos de lo que canta un gallo dominaron la escena. Y retiraron todo. Va, el amor, las horas, los logros, y sinceridades vividas, jamás podrán llevárselas.

O sea, lo más importante quedaría allí.

viernes, 3 de julio de 2009

Introspección

"Y la mariposa volvió al capullo, a esperar un día de sol, su vida es muy corta y no quiere perderla sufriendo"