miércoles, 8 de julio de 2009

Capítulo V: El desalojo

El humo denso en la habitación comenzaba a disiparse, no quedaba más vino, ni mucho más que decir, así que Mateo iba a emprender la vuelta hacia su casa, cansado, muy loco y algo ebrio. Portei se había ofrecido a alcanzarlo anteriormente, pero al ver que estaba peor que él, Mateo decidió caminar. Además, eso lo rescataría un toque.

Aún tirados en los puf, mientras juntaban el suficiente valor para erguirse, sonó el teléfono. Era Nino. Excitado como cuando se vive una experiencia real de la vida, narró a Portei los sucesos ocurridos en la Sala hacía unos minutos.
El rostro de Portei se transformó. El aliento comenzó a intensificarse, los ojos a abrirse, las manos a transpirar. Mateo miraba atento, ya no necesitaría del aire fresco para rescatarse, esto sería el baldazo de agua fría de su vida. Portei cortó repentinamente la conversación. Colgó el teléfono. El desalojo era un hecho, y en condiciones no deseadas. Había que actuar.
La velocidad era la única premisa, no había tiempo que perder. El Flaco ya estaba listo y esperando, se necesitaba de alguien más para el operativo. Y las calles milagrosamente estaban vacías, y la noche tranquila. Al menos la noche tenía paz.

Pacto de silencio entre los tres.

- Debemos huir y salir ilesos, vociferó Portei.
- Dale con seguridad, contestaron el Flaco y Mateo.

Siempre necesita de un grito de guerra que le de valor, y le acomode el espíritu. Además de la de impartir valor a los demás. A veces no es necesario y le trae problemas, pero esta vez era válido.

El flaco hizo lo suyo, y abrió el paso. Entraron, el aire se cortaba con cuchillo. En silencio, respetando el pacto, ingresaron a la sala. Hormigas obreras, implacables, en menos de lo que canta un gallo dominaron la escena. Y retiraron todo. Va, el amor, las horas, los logros, y sinceridades vividas, jamás podrán llevárselas.

O sea, lo más importante quedaría allí.

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