martes, 5 de mayo de 2009

Uno más

El día se despertó seco, triste. Una ráfaga helada en los pies, sirvió de implacable despertador.
En modo zombie encendió la estufa, siempre tarda un poco en arrancar por la mañana. Paseó sin conciencia por los ambientes, hasta recordar que estaba vivo. Hasta recordar que debía salir. Era un largo camino hacia abajo. Un largo camino hacia el frío infierno.
El viento chocó sus sentidos. Todos al mismo tiempo, cual bofetada por celos. Fuerte. Y mirando al suelo, casi todo el tiempo, fue. Sabía dónde llegar, nunca cómo. Las veces infinitas, de intentar cambiar el rumbo, de intentar ser distinto, terminando igual. Parece terrible, pero a todos nos pasa. La vida nos pasa por encima a casi todos.
La gente es extraña, individualmente colectiva. Va sola, con la cabeza en alto o baja, pensando, o sin pensar. Pero va sola. Aunque vaya de la mano de alguien, o en grupo, va sola. Y él no era distinto a los demás. Fue entrenado para eso, para ver el piso y no el Cielo. Para llorar los sueños, no para hacerlos realidad.
Sin sobresaltos, pero con tres grados menos, llegó. Al entrar, otro bofetazo, ahora de calor. Nunca una palmada cariñosa. Y a ponerse de inmediato en su lugar, como siempre, un ínfimo e incómodo espacio a cuidar como oro. Porque sino se lo sacarían. A ultranza, sin pudor. Total, hay miles de hormigas queriendo entrar. Tercer bofetazo, y todavía no eran las 10.
Las horas pasaron, como siempre grises, faltas de amor y de adrenalina. Al recibir el sexto bofetazo del día, era hora de volver. Mirando al suelo, solo, como todos los demás. Pensando, soñando, con el día en el que sus fuerzas logren detener las cachetadas, y puedan devolver caricias.

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